sábado, diciembre 16, 2006

Teléfono público

Fotocopias – Minutos – Internet – Papelería

Por Carlos Mauricio Vega*

El tipo tenía el pelo ensortijado y muy largo, a media espalda. Llegó a la papelería preguntando por unos minutos de teléfono celular. Le dijeron que a trescientos. A su lado, sobre el pequeño mostrador, una señora canosa enrrollaba penosamente unos planos de arquitectura que acababa de fotocopiar. Un hombre de barba y maletín negro esperaba pacientemente su turno para fotocopiar unas certificaciones bancarias.

El tipo del pelo ensortijado –extremadamente joven, lleno de lunares, ambiguamente femenino– pidió marcar él mismo el número telefónico. Clavó la cabeza en el mostrador y se tapó la otra oreja con la mano libre, de manera que sólo se veía la camiseta negra que decía Iron Made, los jeans rotos y los crespos. Muchos crespos. Era difícil saber, desde esa perspectiva, si era hombre o mujer.

El hombre del maletín tomó nota mentalmente de su parecido con un futbolista argentino de los años ochentas, que se llamaba el Ratón Ayala. Hizo un gesto de impaciencia. El local era demasiado estrecho. Entre la máquina de de expender lotería automática, la fotocopiadora, el atestado mostrador y las cuatro personas, era difícil respirar. La señora del pelo canoso apenas terminaba de enrollar el tercer plano. Con delicadeza, haciendo crujir el papel, sin dejar ni la huella de un pliegue.

– ... pero por qué ... por.. ¿cómo? ... ¿no puedo? ¿Por qué? ¿No me dejas verte? No quieres... y .. entonces...
– ...
– ... y.. qué vas a hacer ... si no... si ya no...
– ...

La conversación tomaba un tono apremiante. El hombre del maletín negro –que al fin había alcanzado el mostrador y estaba quitando la grapa de lo que iba a fotocopiar– cambió de posición y se tensionó un poco.

– ... pero dónde estás... si yó solo.. yo sólo quiero... Déjame ir
– ...
– ... Pero porqué no... dímelo... porqué no puedes hoy...

Toda la papelería estaba en vilo.

– ¿Vas a ir... ahora? A la peluquería... Pero ... ¿por qué? Si habíamos... ¿no quieres verme? ¿más? Pero si... escucha...

– Claro, quieres cortártelo... pero .. y mañana.. ¿ ... la peluquería... en dónde queda la peluquería?

Todos parecieron aliviados. El aire pareció perder peso.

- ...

– Mejor dicho. Salgo para allá.

Sin esperar respuesta, el tipo de los bucles castaños devolvió instantáneamente el teléfono –que estaba atado con una cadena- y preguntó de nuevo, a voz en cuello, que a cómo salía el minuto de celular. “A trescientos”, le contestó la muchacha del mostrador. “Es decir que le debo.. fueron... ...¿tres minutos? ¿cuatro?”. Miraba el teléfono nerviosamente. La muchacha sonreía. “Son mil doscientos”. dijo el tipo de los bucles castaños, como si le hubieran dicho mil doscientos millones. Se palpó los bolsillos delanteros. “¿Mil doscientos?”. Lo repetía como una cifra cabalística, pero no sacaba el dinero. Ni siquiera metía las manos en los bolsillos. El hombre del maletín negro le clavó los ojos. La señora del pelo canoso, que ya había terminado de enrollar sus planos, se detuvo para mirarlo también.

- No tengo suelto. Ya te traigo los mil doscientos, dijo.

El hombre del maletín negro pagó los mil quinientos de las quince fotocopias y salió de la papelería a la calle 93B. Afuera, el tipo de pelo ensortijado pareció dirigirse a una camioneta nueva cuya conductora esperaba a alguien con el motor encendido. El hombre del maletín negro los miró alternadamente, como si estuviera en la filmación de un thriller de asaltos bancarios. El tipo de los cabellos rizados cambió de foco la mirada y gritó “¡Jorge! ¡Présteme mil doscientos!”. Siguió caminando lentamente calle abajo. “¡Jorge!”, volvió a gritar.

Pero no había ningún Jorge. Súbitamente, el tipo del pelo ensortijado echó a correr como si fuera el Ratón Ayala. Se echó un largo pique, de cien, doscientos metros, toreando carros, saltando semáforos. Torció por la carrera 14 hacia el sur. El hombre del maletín negro lo miró perderse entre la gente, continuó su camino. Pero de repente frenó, y se devolvió a la papelería.

- Oiga, le dijo a la niña del mostrador. Déjeme ver su teléfono. Mire, aquí está el último número marcado. Llame y diga que el tipo que va para la peluquería se robó la llamada.

A la muchacha del mostrador le brillaron los ojos.

- Yo pago- dijo el hombre del maletín negro.

* Periodista y escritor bogotano.